lunes, setiembre 05, 2005

EE. UU. y el CAFTA

NOTA.- Incluyo la presente entrada por considerarla de interés para las discusiones en el Perú sobre el TLC . Asimismo, debo referir que el artículo ha sido publicado en la sección E-Newsletter de la Revista “AméricaEconomía”.


Especial Comercio Exterior (Ed. 305-306)

Cafta : Triunfo sin brindis

George W. Bush pagó demasiado para obtener el OK al Cafta. Ahora eso condiciona nuevos acuerdos regionales.

Gerardo Lissardy,
Washington D.C.

La promesa que hicieron los negociadores estadounidenses a diplomáticos latinoamericanos en Washington era simple: si el acuerdo de libre comercio que lograron con Centroamérica y República Dominicana era aprobado por el Congreso de EE.UU., aunque sólo fuera “por siete votos”, festejarían. El Cafta, siglas del pacto en inglés, pasó la prueba el 28 de julio, cuando la Cámara de Representantes lo ratificó por apenas dos votos de diferencia. Pero nadie descorchó champaña. El representante comercial de Estados Unidos, Robert Portman, se embarcó de inmediato hacia Ginebra para concentrarse en su nueva meta, la Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

El viaje de Portman trae esperanzas para que la negociación por la apertura comercial entre los 148 países de la OMC supere las trabas impuestas por las diferencias en materia agrícola. Pero es también un efecto del cambio de prioridades de EE.UU. y plantea un gran interrogante sobre la viabilidad de sus planes de liberalización comercial con otras partes del hemisferio. Mientras el proyecto de un Área de Libre Comercio en las Américas (Alca) fracasó sin un reconocimiento oficial, Washington también pasó a segundo plano su diálogo con los países andinos, al menos hasta que la cumbre de diciembre de la OMC, en Hong Kong, marque el rumbo a todo el mundo. “La atención central, por lo menos en los próximos seis meses, estará allí”, dice William Brock, quien ocupó el puesto de Portman en el pasado. “Podremos seguir con conversaciones productivas bilateralmente, pero si somos exitosos en Hong Kong tendremos una mejor perspectiva de éxito en las Américas”.

El republicano Brock, quien también fue secretario de Trabajo, cree que el gobierno de George W. Bush debería evitar que todo su esfuerzo negociador se vaya en la ronda multilateral, pero acepta que la aprobación del Cafta mostró al presidente que el capital político para estos acuerdos regionales es limitado, y tiende a consumirse. “Puede que la victoria haya valido el precio, pero nadie debería creer que fue sin costo”, dice.

LA LARGA MARCHA

El propio Bush debió hacer valer el peso de su investidura para que el acuerdo con Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras y República Dominicana fuera aprobado. En los meses previos a la votación reclamó públicamente varias veces la ratificación del Congreso y mantuvo reuniones con decenas de legisladores. La agenda de Portman registró más de 100 de esos mítines mientras la Casa Blanca ofrecía puentes y carreteras a los Estados de los representantes que la apoyaran y el oficialismo republicano prometía en el Capitolio mayores aranceles a las importaciones de China.

Pese a todo, el acuerdo pasó la Cámara Baja por sólo dos votos, y el Senado, por nueve. Fue el TLC con menos apoyo legislativo en la historia reciente de EE.UU., aun cuando el PIB conjunto de los socios centroamericanos es inferior al del estado de Oklahoma. “Cafta fue casi único”, dice Kim Elliot, experta en comercio del Institute for International Economics (IIE), un centro de estudios independiente de Washington. “Se transformó en un voto simbólico, sobre todo por razones de política doméstica”.

Entre ellas estaban una creciente inquietud legislativa por el déficit comercial y cierta sensibilidad demócrata por la cercanía de los países firmantes, sus bajos salarios y el incumplimiento de sus leyes laborales, que ven amenazantes para los empleos estadounidenses. Pero, sobre todo, el acuerdo tocó a dos industrias estadounidenses sensibles, el azúcar y los textiles, que presionaron para rechazarlo desde el principio.

Aunque el Cafta ya sorteó el Congreso, todavía quedan obstáculos políticos para que comience a funcionar y elimine el 80% de las barreras comerciales entre los siete países. Por lo pronto, aún debe ser ratificado por los Parlamentos de Costa Rica, República Dominicana y Nicaragua, donde el clima político es al menos tan desfavorable como el que se presenta en Washington.

Aunque EE.UU. siga negociando con Colombia, Ecuador y Perú en forma paralela a la OMC, como muchos creen que sucederá, las perspectivas de acuerdo son inciertas. “Entre el Nafta y el Cafta, Washington parece haber agotado por el momento su capacidad de oferta de apertura para el azúcar”, dice. “La pregunta, sobre todo para Colombia, un gran exportador de azúcar, es si están dispuestos a aceptar un acuerdo bilateral que no les de incrementos en el acceso del producto”.

El azúcar no es el único tema duro surgido tras 11 rondas de negociación. Las diferencias en temas de propiedad intelectual, las reglas de origen para el comercio textil y la agricultura podrían postergar las tratativas hasta 2006. “Los negociadores están analizando las posibles consecuencias de la manera en que el Cafta fue aprobado y en este momento no parece que se sepa con exactitud el camino que se va a adoptar”, dice Juan Carlos Apunte, director de la oficina comercial de la embajada de Ecuador en Washington. “Hay un ligero desgaste por la aprobación del Cafta y difícilmente pueda pensarse que en los próximos meses se presentará otro proyecto al Congreso; habrá que dar un período de respiro”.

Va a ser necesario. En medio de la batalla en el Congreso por el Cafta, distintos medios estadounidenses informaron que el gobierno de Bush prometió que mantendría sin recortes los subsidios al agro. Según Elliot, eso envió una señal negativa sobre la voluntad del gobierno de enfrentar los intereses agrícolas, algo absolutamente necesario para que Doha llegue a buen resultado. De hecho, durante su visita a Ginebra, Portman insistió en que el problema de los subsidios al agro debe resolverse en la OMC, pero advirtió que “es difícil vender en casa” la idea de recortes cuando la Unión Europea tiene tres veces más apoyo doméstico que EE.UU. para la misma producción. “Creo que es tiempo de que todos nosotros mostremos flexibilidad”, dijo, reclamando también la reducción de aranceles en países ricos y subdesarrollados.

Mientras persistan estas diferencias, el Alca no saldrá de la morgue para resucitar. Al contrario, el desgaste en las relaciones comerciales entre EE.UU. y el Mercosur muestra cada vez menos voluntad de socios y más tensiones de enemigos. A la demanda que Brasil ganó este año a EE.UU. en la OMC por su protección al algodón, se suma ahora un recurso de Uruguay contra los subsidios al arroz. El Cafta, como estas discusiones actuales, ha sugerido que la voluntad política sigue siendo el motor de cualquier apertura comercial. En el caso de Centroamérica, ahora queda por determinar si los costos de aprobación son menores que las necesidades del gobierno de Bush.

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